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Papá, contanos un cuento...!

Abril y Tomás, acaban de dormirse luego de un cuento. Les encanta que les cuente historias. Pero estas tienen algo en particular, no son las tiernas historias de Blancanieves o Bambi sino que les fascina las historias… pero de miedo!.

Ellos me piden que les cuente “cuentos de terror”, no importa el momento del día pero si prefieren uno antes de dormirse. No es un terror sangriento, aviso. No les hago películas a al estilo de “martes 13” o “scream”. No, para nada. Eso es morboso. Las historias que les cuento tienen un poquito de duendes, gnomos…unos gramos de fantasmas y aparecidos, algunos con buenas dosis de b rujas, salpicados por presencias extrañas y, un poquito, para que mentirles, de luces raras.

Lógicamente, los cuentos están inspirados en las numerosas historias que he visto y leído. También escuchado; porque he conocido gente que me han contado también de experiencias extrañas, principalmente con luces u ovnis. Pero a Abril y a Tomás les encantan las historias de brujas y fantasmas.

Además, si son sobre cosas que “me pasó a mi” mucho mejor.

Aclaro, a mi nada me ha pasado pero ellos piensan (o hacen que creen) que si me ha ocurrido infinidad de cosas. La culpa la tengo yo, lo reconozco, que les invento todo tipo de historias que pudieron acontecer en cualquier lugar y momento del día: en la oficina, en el viaje en tren, en el barrio, en el colectivo. Si me baso en los cuentos que les narro he viajado más veces en tren con duendes y brujas que con personas. O en la oficina, según la historia, he tenido encuentros con seres extraños, de computadoras que escribían solas y fantasmas golpeándome el ventanal, a mis espaldas, en pleno piso 22. De todas, lógicamente, logro escapar sano y salvo. Lástima que la única que no me cree las historias excusándome de la demora en el regreso a casa es mi señora!.

Incluso, les digo más, he llegado a transformar el tan burocrático y pesado trámite del DNI en una historia con fantasmas y aparecidos que no solo fascino a mis hijos sino que también aterrorizó a los hijos de otras familias (esa vez me inspiró mucho las caras de ciertas empleadas, je, je). Porque esa es otra. Yo me olvido que a mis chicos les gusta mucho las historias pero a otros niños no tanto. O mejor dicho, les gusta escucharlas pero después los padres se acuerdan “gratamente” de mi, de mi madre y de toda la parentela cuando sus hijos que iban solos al baño, o dormían de igual modo en sus habitaciones de pronto piden a gritos la presencia de un adulto cada vez que quieren orinar o se les aparecen, a mitad de la noche, en sus camas porque no pueden dormir solos. Pero es por un tiempito nomás…una semana, quizás dos ya que después se les pasa. Y ojo, porque si esos chicos me vuelven a ver me piden que les cuente otras historias. Pero yo, ante las miradas amenazantes de los padres, prefiero abstenerme… a veces solo a veces.

Debo reconocer también que no siempre estoy inspirado para las historias. Y eso lo sufren mis hijos. Hay noches que empiezo un cuento y de pronto me despierta mi hija gritando enojada que no entiende lo que narro porque el sueño me hizo entrar a desvariar. La historia, pasa así, a tener un sin sentido enorme. Tan grande como el sueño que me "poseyó" en ese momento. Muchas veces ni recuerdo lo que terminé diciendo porque que me quedé dormido antes, mucho antes, que ellos muy a pesar de sus gritos y quejas. Lástima que no conocen la palabra “bizarro” porque podría excusarme de que de eso se trata esos cuentos…pero les mentiría. ¿Más todavía?

Hasta el momento no he visto signos contraproducentes ni han asomado traumas en Abril y Tomás por las historias que les narro, es más, luego se duermen plácidos y tranquilos.

Digo yo, ¿no serán los hijos de los Adams? Bueno, dicen que yo tengo un parecido a Homero pero no precisamente al de esta familia de locos sino al otro… al de Springfield.

Y colorín, colorado, esta historia se ha terminado.

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