Si hay algo que uno recuerda con cierta añoranza son los kioscos de nuestra infancia. Aquellos lugares especiales donde uno entraba, y deseaba todo lo que en él había. Lógicamente del deseo al hecho había mucho trecho…Y eso estaba directamente relacionado a la posibilidad –generalmente económica- de compra de nuestros padres; algo que uno de niño no entendía, pero la vida te lo va enseñando a la fuerza… Por lo cual había golosinas que se convertían en deseos permanentes y hasta, a veces, incumplidos. ¿Quién no se ha sacado el gusto, ya de grande, de probar esa golosina de la que fuimos privados en nuestra infancia?, los motivos podían ser muchos, pero generalmente prevalecían dos: porque nos podían hacer mal o porque era cara. A veces la primera servía de excusa para no amargarnos con la segunda. Pero de adultos, al re-descubrir esa golosina en el kiosco, no podemos excusarnos y concretamos ese viejo anhelo. Pequeños placeres, que le llaman.
Y si hay algo que podemos afirmar es que, aun pasado los años, mantenemos una virtud innata -que podría confundirse con un “don” especial- de ser catadores de sabores de golosinas. Volvemos a probar caramelos, pastillas, alfajores, galletitas, que solíamos comer en nuestra infancia y saber sus marcas aún con los ojos vendados. Como esos catadores de vinos finos. Sin embargo, en varias de éstas descubrimos con amargura que su sabor se fue perdiendo. Y nos sentimos estafados al punto de indignarnos: “-¡No señor, las “rumbas” no tenían este sabor!. ¡Antes eran de chocolate, viejo! Y ahora ¿qué le ponen? leemos en el paquete “con nutrileche”, pero la puta, ¡qué carajo es eso! La golosina, per sé, no era sana y ahora nos pretenden vender un producto que ayuda al crecimiento. ¡Paremos la mano!
Por el contrario, con otras golosinas la realidad nos pega un cachetazo, y nos comprueba algo que nunca quisimos reconocer. Algo que ya nuestros padres nos advertían, y a la vez se preguntaban: -¿Cómo podés estar comiendo esa porquería!?. Y efectivamente lo era, aunque debimos reconocerlo con los años, luego de habernos comido toneladas…o bebido hectolitros (Vg. “el naranjú”. Este producto popular –casi rastreo arriesgaría- acompañó nuestra infancia y creo que lo sigue haciendo…Yo fui a la primaria entre el 76 y el 83, y en ese entonces no existía ni la cepita, ni el Baggio, ni el de soja…ni nada que fuera sano, y mucho menos en tetrabrik. El naranjú era nuestro “suplemento diario”.
Había de varios sabores: naranja, frutilla y manzana. Bueno, cuando digo sabor es una forma de decir; “pretendía” ser de esos sabores, pero lo cierto es que se trataba de un líquido sospechoso con colorante, ni más ni menos. Y ni hablemos de su envase. Un manoseado sachet de plástico que no conocía de higiene. Y nosotros lo chupábamos con fruición. En los veranos, era, además, el reemplazante del helado de agua porque los comíamos congelados. A pesar de todo, no recuerdo casos de intoxicación con estos productos. También había otro que venía en un envase de plástico transparente, redondo, con una protuberancia que pretendía ser el pico. Ese “pico” lo arrancábamos con los dientes y nos vaciábamos su contenido. Este jugo era más caro, no siempre se podía comprar; porque claro, era de plástico, aunque su higiene era de igual de deplorable. Sin embargo, atenti, este producto tenía otra función muy valiosa para los recreos: se rellenaba de papeles y la usábamos como pelota. No era “la pelota” pero cubría muy bien nuestra necesidad de generar partiditos de fútbol, algunos todavía recordados con emoción y con el guardapolvo blanco con manchas negras y bolsillos descosidos.
Y ya que estamos de recuerdos, me viene a la memoria otro producto que tuvo poca duración pero que me marcaron; era un “polvito” en sobre, bastante psicodélico –supongo que lo habrán puesto a la venta iniciada la democracia-, que te lo ponías en la lengua y “chispeaba”, como que saltaba. ¡Faaaaa!. ¡Esa sensación era lo más! Conozco a un ex compañero que tuvo que encarar un tratamiento para limpiarse de esa adicción. Pobre, quiso reemplazarla con otras que pensaba más sanas...pero ni la arena, ni las piedritas del sobre antipolilla ni aun triturando la “piedra” perfumada que se cuelga en el inodoro, le ofreció esa inolvidable sensación de “chispas” en la boca. Nadie le hace olvidar a mi amigo, ese recuerdo, especialmente las cientos de llagas en su boca. Cada tanto llora y putea... aunque no sé si por el recuerdo de esa época que no volverá o por el ardor.
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