Muchas cosas disparan recuerdos: fotos, rostros, escenas, lugares, olores, sonidos y sabores...Estos últimos frecuentemente a través de las comidas; ya sea por recetas que se transmiten por generaciones o sencillamente por su contenido.
Así como al severo crítico culinario en "Ratatouille" el sabor de una comida simple lo hace viajar a su infancia a mí, ésta imagen, me lleva a la mía.
Me trae muchos recuerdos, ciertamente, pero no de una olla pequeña para 4 sino de la siguiente escena: 2 o 3 ollas grandes dónde se cocinaba para más de 25 personas...en una cocina pequeña; y no hablo sólo del artefacto sino porque en verdad era pequeño el espacio que tenía esa cocina. Era un ambiente de 2 m de ancho x 4 m de largo donde solían estar hasta 5 mujeres preparando la salsa como ésta de la foto, con el estofado y los fideos....
La escena era en la casa de mis abuelos paternos Raúl y Mariana. En Escalada. Y eran domingos inolvidables donde toda la familia nos reuníamos. Tíos, tías, primos, primas…mis abuelos, claro, y alguna otra visita.
Estos recuerdos de los que hablo, me llevan a los años 80. A mediados de esa década.
Ellos –mis abuelos- vivían frente a mi casa, por lo cual yo solo necesitaba cruzar la calle para estar ahí.
Esos días, generalmente domingos, todos los primos nos reuníamos. Entre nosotros las edades variaban, por lo tanto, también los juegos. Mis hermanos más grandes -Andrea y Romualdo- ya entraban en la adolescencia...por ende estaban con los gustos de esa etapa. Mis primos Diego, Claudia, Matias y Julian tenían más o menos la misma edad también mis hermanas Manuela y Lourdes junto a mi prima Mariana. En ese entonces me parece que aún no habían nacido ni Mauro ni Florencia ( o eran bebés).
Con mi primo Oscar me llevo solo unos días de diferencia y con Raúl poco menos que dos años.
Así fueron mis 12, 13 y 14 años (aunque las reuniones se repetían desde chico). Y ni hablar en las navidades.
Pero esos domingos que hoy recuerdo, me veo en la puerta esperando a Oscar y Raúl que venía desde Temperley; y me sentía feliz cuando veía al inolvidable Jeep doblar la esquina.
Entonces era cuando el día prometía aventuras y diversión: en el patio, trepados a la higuera o al limonero, en la vereda o en la calle…que solía ser un patio más.
Recuerdo el comedor grande y a mi abuelo Raúl sentado en la punta de la mesa, y a mi abuela Mariana a un costado. Recuerdo las conversaciones de mis tías Mary, Susana, Rosalía y mi vieja, Marta. A mi viejo, Juan, con mis tíos Raúl y Oscar. A los chicos repartidos en distintos lugares de las mesas; donde cupiéramos. No importaba el lugar, importaba estar. Recuerdo la mesa bajita de fórmica anaranjada donde los más chicos se sentaban. El sillón marrón claro, ya casi destartalado, que nos servía para sentarnos y saltar. El bullicio de ese comedor. Había domingos que solían visitarnos Lucrecia y también la hermana de mi abuela: Julia. ¡Mi tía Julia! ¡Mi madrina!. También recuerdo a mi tío Carlos (“cusí”), hermano de mi abuela. Era como un nómade, a veces vivía en lo de mis abuelos y otras veces en la casa de otra hermana.
Recuerdo las tardes en las que se armaba la gran lotería familiar: con los cartones y los porotos que servían para marcar cada número. Tardes de torta fritas, facturas y mates. Recuerdos disfraces con las enormes prendas de “cusí”…pobre.
Charlas de fútbol, política y claro también algunas discusiones. Como en toda familia. Discusiones en las que los chicos siempre estuvimos exentos; porque eran de grandes. Pero después las cosas solían acomodarse.
Mis abuelos: Mariana y Raúl |
Nosotros jugabamos todo el día, hasta el anochecer. Y cuando mis primos se iban recuerdo esas carreras que solíamos correrle al Jeep los que habíamos quedado en la vereda. Creo que el record lo tiene mi primo Diego que en una visita a su casa nos habrà acompañado corriendo por tres o cuatro cuadras.
Mis abuelos habían venido de Entre Ríos, de Concordia. No fue una vida fácil la de ellos. Eran trabajadores. Mi abuelo con mucho esfuerzo logró instalar un taller donde fabricaban y reparaban motores que dio trabajo a varias personas, entre ellos a mi viejo y a mi tío. Mi abuela pasó por momentos difíciles que la afectaron, pero no por eso dejaba de recibir a sus nietos que solíamos visitarla con frecuencia; los que vivíamos enfrente, casi diariamente. La recuerdo a veces recostada en su cama viendo la tele, a veces caminando lentamente saliendo del brazo de mi abuelo a pasear. También la recuerdo en Mar del Plata, cuando solíamos compartir días de esas interminables vacaciones. Pero ahí en su casa, en una época, solía encontrarla recostada en su cama donde le gustaba que los nietos más chicos le acariciaran el pelo. Ellos decían (o ella lo pedía, no lo recuerdo) de buscarle “piojitos” pero era una excusa porque no los tenía, pero le encantaba esas caricias que la hacían dormitarse. Y recuerdo ese enorme placar, y los caramelos que siempre tenía a mano para regalarnos.
Me veo atravesar la cocina y el comedor para salir al patio, mirar al fondo y ver a través del ventanal del taller, la luz de tubo fluorescente encendida; eso nos indicaba que mi abuelo estaba allí. El sonido de la radio lo confirmaba. El taller era SU lugar. Ya en ese entonces no funcionaba como supo hacerlo alguna vez. Pero él siempre solía estar ahí, entre virutas de años, tornos apagados (que mi abuelo solía poner a funcionar de vez en cuando), alambres, capacitores y todo tipo de herramientas y restos de motores y metales repartidos en antiquísimos estantes de madera. Veo las añosas telarañas en las esquinas de las paredes de ladrillos. ¡Si habremos sacrificado hormigas con mis primos, en esos complejos y entramados diseños que éstas tenían esas redes de hilo, porque llevarían décadas anidando allí. Y vaya que nos sorprendíamos con sus tamaños!….
En el taller: mi abuelo detrás de la caja y mi papá, Juan, de perfil |
Y lo veo a mi abuelo parado frente a la mesada de madera, iluminada por otro tubo que solo le daba luz a su figura y a las herramientas que manipulaba con sus manos temblorosas. Lo veo levantar la mirada al escuchar la presencia de cualquiera de sus nietos o nietas, sonreír mientras nos mira por sobre sus anteojos (a los que quizás le faltaba alguna patilla) siempre dispuesto a escuchar. Era un hombre generoso.
Escena que se repitió durante muchos años, incluso hasta cuando ya habíamos abandonado la adolescencia. Él, en el taller.
Siempre fue un hombre muy activo hasta sus últimos días, a pesar de sus problemas del corazón que sufría desde mediana edad.
Mi abuela falleció primero. Mi abuelo años después. Ninguno lamentablemente llegó a conocer a sus bisnietos.
Ellos eran los que solían reunir a toda la familia los domingos: hijos, nueras, yernos, primos, primas, nietos, nietas….Con el tiempo, como suele ocurrir, cuando ya no están, cada uno va tomando su camino. Solemos encontrarnos, charlar, pero ya no son esas tardes de largos y entretenidos encuentros. La vida pasa. Es un aluvión de días, unos tras otros, donde la vida y la rutina nos mantiene ocupado…y distraídos. Pero los recuerdos siempre están ahí, a veces a flor de piel, a veces, más adentro. Pero están… y se disparan cuando uno quizás, menos lo espera. O ante curiosas situaciones o escenas, como ésta la de la olla con tuco.
Fue una infancia feliz. Y eso lógicamente gracias a nuestros padres, pero también gracias a la presencia de nuestros abuelos, tíos, tías, primos. A esa vida en familia, entre pastas, asados, loterías y juegos.
Juan Pablo Gómez
En Burzaco, el 06 de junio de 2017
Pd. Oscar Nitto, te tomé algunas fotos prestadas. Gracias.
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